lunes, 30 de junio de 2008

Michelle Pfeiffer, cincuenta años de belleza en Hollywood


29/04/2008


Michelle Pfeiffer, cincuenta años de belleza en Hollywood


Antonio Martín Guirado (Efe)

Posee tres candidaturas al Óscar, una figura envidiable, una mirada que desarma a cualquiera y uno de los rostros más bellos del cine. Se llama Michelle Pfeiffer y pocos dirían que hoy cumple 50 años. Envuelta en un vestido rojo, cantando Making Whoopee y contoneándose de forma sinuosa sobre un piano de cola ante la arrebatada mirada de Jeff Bridges para Los fabulosos Baker Boys (1989), o disfrazada de mujer-gato en Batman vuelve (1992), Pfeiffer ha dejado papeles que son ya historia del celuloide.


Desde la comedia al drama, pasando por la acción, el suspense e incluso el terror, esta musa todoterreno es una figura clave del cine de EEUU en los últimos 25 años, aunque hoy disfruta de la vida familiar que aparta sólo ocasionalmente para trabajar en películas que realmente le apetecen. Ese legado empezó a forjarse desde muy abajo, aunque las raíces suizas, suecas, alemanas y holandesas de esta californiana hicieron de ella un cocktail explosivo que le deparó el título de Miss Orange County con 20 años.


El primer paso ya estaba dado para lograr sus primeros papeles en anuncios de televisión o en cintas de escaso presupuesto y menor calidad, aunque hasta para eso tuvo fortuna ya que logró estar en el reparto de Grease 2 (1982), una cinta de infausto recuerdo pero que le sirvió para darse a conocer en Hollywood.


Otro golpe de suerte le sobrevino un año después cuando Brian De Palma la contrató para su clásica El precio del poder, en donde encarnó al objeto de deseo del gángster Tony Montana, al que dio vida Al Pacino, con quien volvería a coincidir en la romántica Frankie y Johnny (1991), un filme infravalorado en sus respectivas carreras.


Pero en ese periodo de tiempo, a la Pfeiffer le dio tiempo a convertirse en una de las intérpretes de referencia en la década de 1980. Filmes como Lady Halcón (1985), un cuento medieval en el que se se convertía en halcón durante el día; Las Brujas de Eastwick (1987), vértice del trío de brujas formado junto a Cher y Susan Sarandon a las órdenes del diablo Jack Nicholson, o Conexión Tequila (1988), donde hizo subir las temperaturas de los cines con escenas de alto voltaje, así lo atestiguan.


Para entonces se había divorciado de su primer marido, Peter Horton, con quien contrajo nupcias en 1981. Sin embargo, el reconocimiento de la crítica le llegó con Las relaciones peligrosas (1988), del británico Stephen Frears, y por Los fabulosos Baker Boys, trabajos por los que logró candidaturas al Óscar. La segunda incluso le deparó un Globo de Oro, el único en su carrera.


Estaba en la cima de Hollywood y comenzó los 90 imparable, junto a Sean Connery en La casa Rusia (1990) y con uno de sus papeles más sensuales y recordados, la magnética Catwoman enfundada en cuero y pertrechada con su inseparable látigo atizador de Batman vuelve (1992).
Su tercera nominación al Óscar llegó meses más tarde por Por encima de todo, en la que dio vida a una ama de casa obsesionada con la vida de Jacqueline Kennedy, y un año después se embarcó en La edad de la inocencia, de Martin Scorsese, que le regaló el personaje de Ellen Olenska, la obsesión del burgués Newland Archer (Daniel Day-Lewis).


Aquél fue posiblemente su último gran papel, aunque siguió cosechando éxitos comerciales, tanto por su cuenta (Mentes peligrosas, 1995), como al lado de nombres ilustres (Jack Nicholson en Lobo, 1994; Robert Redford en Intimo y personal, 1995) y de promesas que venían pisando fuerte (George Clooney en Un día inolvidable, 1996).


No obstante, la calidad del producto había descendido y aunque volvió a la primera línea del éxito al comienzo del nuevo siglo con Lo que la verdad esconde (2000) y Yo soy Sam (2001), emprendió un silencio interpretativo durante cinco años.


¿Motivos? Nunca le llegó a seducir del todo lo que representa ser un miembro del star-system y prefiere la vida familiar junto a su marido desde 1993, el productor televisivo David E. Kelly, y sus dos hijos -Claudia, adoptada, y John-. Ese bache se rompió en 2007 de forma estruendosa con el estreno casi simultáneo de Hairspray y Stardust, en las que plasmó todo su esplendor físico aún con 49 años.


El cine la echaba de menos y ella, haciendo uso de las siete vidas que Tim Burton le regaló en Batman vuelve, promete seguir maullando cuando le venga en gana.

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